Invertimos mucho tiempo y recursos para vestir y embellecer nuestro exterior. Pero no hacemos lo mismo con nuestro interior. Cuidamos nuestra apariencia física, adquirimos todo tipo de atuendos para vestir bien, sin embargo, descuidamos nuestras emociones y actitudes, dejamos pasar el tiempo sin embellecer nuestra forma de ser.
Y es de eso, precisamente, de lo que hablaremos en este artículo: sobre la importancia de ver lo bello en el interior de las personas y no solo conformarse con ver el maquillaje o lo artificial de la apariencia.
Hay dos tipos de belleza. Una es la que encontramos de manera natural: los mares, la puesta del sol, una cascada, una mariposa y tantas otras que sencillamente se encuentran expuestas en la naturaleza. La otra es la que nosotros creamos, edificamos y construimos. Somos capaces de reconocer uno u otro tipo de belleza.
Hablando de la belleza de las personas, nos hemos acostumbrado a buscar la belleza en lo exterior, nos cuesta trabajo ver lo bello más allá de sus atuendos o porte físico. Sin embargo, la belleza de las personas está en el corazón, en la mirada, en las expresiones microfaciales del rostro, en su manera de caminar, tono de la voz, en la manera de tratar a los demás. Son aspectos que hay que enseñar a observar a nuestros hijos para que aprecien esos detalles tan importantes.
Hay un ejercicio muy relevante que necesita su explicación. Miles de personas hacen fila para ver una obra de Leonardo o Miguel Ángel. Pero solo van a ver aquellas que son famosas y prestigiadas, es decir, que están de moda. En cambio, obras del mismo autor que no son tan famosas, muchas veces ni siquiera les hacen caso. Eso quiere decir que la belleza está relacionada con la información que tenemos. Si estamos enterados de algo, le ponemos más atención que si no sabemos nada.
Por ello es muy importante formar a nuestros hijos para que sean capaces de distinguir y valorar la belleza ahí donde aparentemente no la hay. Empecemos por ayudarlos a que se fijen más en la mirada de las personas, más que en su rostro. Los ojos son la ventana del alma, se ha dicho toda la vida. Por esto, un primer paso es que aprendan lo importante que resulta ser, ver el corazón de las personas a través de su mirada.
Hay tres emociones que son básicas al observar en la mirada: la tristeza, el enojo y el miedo. Qué tanto tienen esos ojos de cada una de ellas… ¿En su rostro hay paz, tranquilidad y calma para hacer las cosas? ¿En su tono de voz se escucha amabilidad y buen trato? ¿Camina con seguridad y firmeza? ¿Se ve alegría? ¿En sus palabras se logra entrever su sinceridad y congruencia entre lo que expresa con sus gestos y sus ideas?
Apreciar la belleza nos conduce a valorar también lo bueno y lo verdadero, como decía Santo Tomás. La belleza nos da paz, induce al silencio, promueve la contemplación y todo ello nos induce a vivir con más amor.
Al mirar el corazón de los demás somos más respetuosos y dejamos de criticar y juzgar a las personas, para mejor escucharlas y entenderlas. Mirar los ojos tristes de un ser querido nos conmueve e invita a ser más sensibles y compasivos por aquello que le acontece.
Las verdaderas intenciones están en el corazón de las personas. Enseñemos a nuestros hijos a que las sepan leer. A que encuentren los valores internos que hay detrás de tanta superficialidad. Aprender a contemplar la belleza de todo lo creado y de todo lo bello que hacemos, nos hace seres más espirituales, más sensibles al amor profundo y trascendente.
Induce a tus hijos por el camino de la apreciación de la belleza. Es uno de los regalos más grandes que les harás.
Texto tomado de: es.aleteia.org