Al leer el mensaje del Papa Francisco, que expresó durante la Misa de la VII Jornada Mundial de los Pobres, pensé en el valor de la empatía que estamos promoviendo en el Colegio Plenus en este mes de noviembre. Me parece que justamente la empatía que podemos tener con los demás surge del amor con el que hemos sido amados a lo largo de nuestra vida, surge del amor que nuestros padres nos han brindado desde que nos pensaron, del amor con el que nos han amado desde que supieron que estábamos en el vientre de nuestra madre, surge de la mirada y gestos de cariño continuo de nuestros padres y de las personas que nos han acompañado; surge, en última instancia, del amor con el que Dios nos ha amado desde siempre. Les comparto algunas partes de la homilía, invitándoles a leerla desde la clave de la empatía e invitándoles también a dejarnos cuestionar o interpelar…
El Papa Francisco, hablando del camino que tomamos cada uno, lanzó las siguientes interrogantes: “¿Qué camino recorremos nosotros, en nuestra vida, el de Jesús que se hizo don o, por el contrario, el camino del egoísmo? ¿El camino de las manos abiertas hacia los demás, para dar y entregarnos, o el de las manos cerradas para tener más y asegurarnos sólo a nosotros mismos?”. Esto en referencia a la parábola de los talentos, que dice que cada uno de nosotros, según las propias capacidades y posibilidades, hemos recibido los “talentos”. El Papa nos hace una precisión: “No se trata de talentos o capacidades personales, sino de los bienes del Señor, de aquello que Cristo nos dejó al volver al Padre. Con esos bienes Él nos ha dado su Espíritu, en el cual fuimos hechos hijos de Dios y gracias al cual podemos gastar la vida dando testimonio del Evangelio y edificando el Reino de Dios. El gran “capital” que ha sido puesto en nuestras manos es el amor del Señor, fundamento de nuestra vida y fuerza de nuestro camino”.
“En esta Jornada Mundial de los Pobres la parábola de los talentos nos sirve de advertencia para verificar con qué espíritu estamos afrontando el viaje de la vida. Hemos recibido del Señor el don de su amor y estamos llamados a ser don para los demás. El amor con el que Jesús se ha ocupado de nosotros, el aceite de la misericordia y de la compasión con el que ha curado nuestras heridas, la llama del Espíritu con la que ha abierto nuestros corazones a la alegría y a la esperanza, son bienes que no podemos guardar solo para nosotros mismos, administrarlos por nuestra cuenta o esconderlos bajo tierra. Colmados de dones, estamos llamados a hacernos Don. Nosotros, que hemos recibido tantos dones, estamos llamados a hacer de nosotros mismos un don para los demás. Si no multiplicamos el amor alrededor nuestro, la vida se apaga en las tinieblas; si no ponemos a circular los talentos recibidos, la existencia acaba bajo tierra, es decir, es como si estuviésemos ya muertos. ¡Cuántos cristianos enterrados! ¡Cuántos cristianos viven su fe como si ya estuvieran bajo tierra!”
“Y entonces debemos preguntarnos: ¿Qué hago con un don tan grande a lo largo del viaje de mi vida? La parábola nos dice que los primeros dos servidores multiplicaron el don recibido, mientras el tercero, más que fiarse de su señor, que se lo había entregado, le tuvo miedo y permaneció como paralizado, no arriesgó, no se involucró, y terminó por enterrar el talento. Y esto vale también para nosotros, podemos multiplicar lo que hemos recibido, haciendo de nuestra vida, una ofrenda de amor para los demás, o podemos vivir bloqueados por una falsa imagen de Dios y, a causa del miedo, esconder bajo tierra el tesoro que hemos recibido, pensando solo en nosotros mismos, sin apasionarnos más que por nuestras propias conveniencias e intereses, sin comprometernos”.
Seamos empáticos, ¡Arriesguémonos a compartir el don que hemos recibido! En nuestro corazón hay múltiples experiencias de amor, de cariño, de cercanía, es decir, tenemos un caudal de amor para compartir. Tenemos además nuestros sentidos que nos permiten mirar, escuchar, estar atentos a los demás; tenemos nuestras emociones y sentimientos que nos permiten conectar con los demás. La empatía supone un riesgo: dejar que la situación del otro irrumpa en nuestro interior y nos haga salir de nuestro egoísmo, de nuestros miedos, de nuestros propios intereses, de nuestra zona de confort, ¡pero tiene la gran ventaja de hacernos don para los demás!