El aceite de la amabilidad

Por: Coordinación de Formación

Comenzamos el mes de febrero, el mes del amor y la amistad y, en nuestro Colegio Plenus, es el mes en el que promovemos el valor de la amabilidad. Como lo hemos hecho con los valores anteriores, de nuevo recordamos el simbolismo de la lámpara de aceite expresado en nuestra primera Misa del ciclo escolar,  donde se nos decía que cada uno de nosotros somos como esas lámparas de aceite, en las que el contenido es lo que permite que nuestra luz resplandezca, pero también puede suceder que el tipo de aceite que portamos opaque o apague nuestra luz.

Nuestros niños son esas lámparas de aceite. Hoy queremos poner en ellos el aceite de la amabilidad, para que sus actitudes, palabras y acciones estén impregnadas de amor y sean capaces de iluminar y hacer más agradable la vida de los demás.

La esencia de la amabilidad es el amor incondicional hacia todas las personas, es el amor sencillo, sin intereses egoístas. Es el amor expresado hacia los demás a través de acciones concretas y sencillas. La amabilidad nace en el corazón de quien se siente amado y se expresa naturalmente en la relación con los demás.

El papa Francisco, en la encíclica Fratelli Tutti (Hermanos todos), nos invita a recuperar la amabilidad. “Nos recuerda que todavía es posible cultivarla, si es que la hemos desterrado de nuestra vida. Rehabilitar la amabilidad nos libera del cruel verdugo que muchas veces llevamos dentro y nos convierte en estrellas que dan luz y hacen la vida más agradable a los hermanos en medio de la oscuridad de una existencia acelerada e individualista. Una persona amable es aquella que se ha sentido amada incondicionalmente, que ha contemplado que el actuar de Dios en el mundo es lento y constante, una persona que ha percibido la presencia de su Señor en la suave brisa de la mañana o en la voz silenciosa que le reanima en medio de la fatiga del trabajo. Una persona amable es aquella que sabe anteponer sus propias necesidades y urgencias egoístas para buscar el bien común; es un hombre y una mujer que sabe tratar a los demás, que es cuidadoso con sus palabras y gestos para no herir a los demás, está presto y diligente para aliviar el peso o el sufrimiento de otros. Como dice el papa Francisco en el número 223 de la misma encíclica: «la amabilidad expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave, que sostiene y conforta». La amabilidad es un don de Dios que se aprende del corazón manso y humilde de Cristo y, como todo don, hay que pedirlo y también cultivarlo para rehabilitarlo”.

Cultivemos la amabilidad en nosotros; rehabilitemos esta cualidad que ha sido sembrada en nosotros; pidamos el don de ser amables; practiquemos esta virtud que tanto bien nos hace.  Ser amables es una decisión que podemos renovar cada día, para procurar hacer más agradable la vida de los demás: Una acción amable, una palabra amable, un gesto amable, una mirada amable, hacen la diferencia en el día a día de las personas con las que interactuamos cotidianamente.

Instrucciones para verter el aceite de la amabilidad en nuestros niños, adolescentes y jóvenes: 1. ¡Amalos incondicionalmente! 2. Sé un testimonio creíble de amabilidad. 3. Ponlos en actitud de servicio, para romper “el cascarón” de egocentrismo con el que los hemos envuelto. 4. Enséñales a amar a Dios y a amar, servir y respetar a los demás.

Fuente: pastoralsj.org