Como padres y madres de familia, muchas veces no sabemos dónde inspirarnos o con qué criterios podemos enseñar a nuestros hijos e hijas para que crezcan con valores, para que tengan herramientas básicas y puedan discernir cada situación por sí mismos en la vida.
La Iglesia está muy interesada en la educación de los niños, adolescentes y jóvenes. El Papa Francisco ha afirmado en diferentes momentos lo que él espera de la educación. Su propuesta es una invitación a cuidar la fragilidad de las personas y del mundo en el que vivimos. La educación y la formación se convierten en prioridades, porque ayudan a nuestros hijos a ser protagonistas directos y co-constructores del bien común y de la paz. Compartimos la propuesta del Papa en 7 puntos:
Poner en el centro de todo proceso educativo formal e informal a nuestros hijos e hijas: su valor, su dignidad, para hacer sobresalir su propia especificidad, su belleza, su singularidad y, al mismo tiempo, su capacidad de relacionarse con los demás y con la realidad que los rodea. Nos corresponde llevarlos de la mano, dialogando, caminando, hasta tener la madurez suficiente.
Escuchar la voz de nuestros hijos e hijas (niños, adolescentes y jóvenes), sus deseos, anhelos o sueños para construir juntos un futuro de justicia y de paz, una vida digna para ellos y quienes los rodean.
Fomentar la plena participación de nuestros hijos e hijas en su educación. Nosotros podemos sugerirles, compartirles testimonios de vidas luminosas, darles criterios de orientación, sugerencias que a nosotros nos fueron útiles, pero, finalmente, ellos y ellas son quienes dan el paso que sigue.
Tener a la familia como primera e indispensable educadora. La familia es la célula principal en la educación de valores morales, religiosos, éticos, disciplinarios, que ayudará a nuestros niños y niñas a construir su identidad y les dará la capacidad y las herramientas necesarias para pensar por sí mismos, para crecer desde la autonomía y la interdependencia.
Educar y educarnos para acoger, abriéndonos a los más vulnerables y marginados. Aprender de la doctrina de la Iglesia, de Jesús, de las grandes mujeres y hombres que nos dieron muestras de apertura a los otros, como a san Francisco o madre Teresa de Calcuta con los enfermos.
Comprometernos a estudiar para encontrar otras formas de entender la economía, la política, el crecimiento y el progreso, para que estén verdaderamente al servicio de la humanidad y de toda la familia en la perspectiva de una ecología integral. Que nuestros hijos e hijas nos vean estudiando, buscando respuestas, y no dar muestras que ya lo sabemos o tenemos todo resuelto.
Salvaguardar y cultivar nuestra casa común, protegiéndola de la explotación de sus recursos, adoptando estilos de vida más sobrios y buscando el aprovechamiento integral de las energías renovables y respetuosas del entorno humano y natural, inculcándoles cada día acciones pequeñas como cuidar el agua, hacer buen uso de la luz y de sus cosas personales.
Papás y mamás, sabemos que la educación y formación de nuestros hijos “requiere de un ejercicio continuo en acciones, conductas, palabras, testimonios, ejemplos, donde los valores pueden ser actuados en nuestra condición humana. Valores que efectivamente despierten la conciencia de que existen y que hay otros seres humanos que son nuestros prójimos y que merecen de nuestra atención, escucha y respeto” (Lipman, M., El valor de educar y la filosofía para niños).
Al hablar de introducir a los niños en los valores, dice Lipman, hay que hacerlo desde la primera fase de su educación, de tal manera, que durante toda la etapa de formación escolar, logren una experiencia personal que les permita tomar las mejores decisiones que contribuyan cada vez más a definir sus roles como personas, siendo capaces de regirse y poner en práctica su «mundo de ideas» en sus relaciones con otras personas, con apertura, pluralismo y sentido crítico, para ser exitosos en las actividades y tareas cotidianas que se propongan realizar. Así podrán ir gradualmente pasando de una identidad personal rica en valores familiares, a otra llena también de valores éticos y morales, para un mejor desarrollo como personas.
Entremos en estas pistas, interioricemos su significado y pongámoslo en práctica “con acciones, conductas, palabras, testimonios…” La educación puede convertirse en un instrumento eficaz para construir una sociedad más acogedora y atenta al cuidado de los demás y de la creación. Es decir, el compromiso educativo no solo se dirige a los beneficiarios directos, niños y jóvenes, sino que es un servicio a la familia y a la sociedad en su conjunto.
Texto tomado en su totalidad de: dabar.com.mx