Todos sabemos que la mejor manera de formar valores es vivir y poner en práctica los mismos. Sabemos que como padres de familia formamos o “moldeamos” el corazón de nuestros hijos, sus ojos observan atentamente nuestras acciones: las cosas que hacemos o lo que dejamos de hacer, lo que decimos, cómo lo decimos y lo que omitimos decir, la forma como tratamos a los demás y la manera de resolver las distintas situaciones que nos afectan día a día. Todo esto formará o deformará los valores en ellos.
Recordemos que la honestidad es mucho más que decir la verdad, implica una forma de vida que se rige por la verdad, la honradez, la transparencia, la sinceridad, la autenticidad, la rectitud y la congruencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Evitar mentiras o engañar a otros, respetar reglas en la casa o en la calle, valorar y respetar a los demás, hablar abiertamente y sin rodeos, ser justos y rectos con los demás, ser congruentes entre lo que decimos y hacemos y otras tantas acciones que puedes hacer, son ocasiones para formar la honestidad en tus hijos e hijas. Recuerda, ellos te observan, están atentos a lo que dices, pero más a cómo lo vives.
En la era de la tecnología digital, enseñar a nuestros hijos e hijas a vivir en la verdad, en la transparencia, a mostrar quienes somos, sin “máscaras”, es un reto que hoy tenemos los padres de familia. Sabemos de las bondades de la tecnología digital, pero también es importante reconocer cómo nos afectan en lo cotidiano.
Un reto hoy es la comunicación directa, sin la necesidad de algún dispositivo electrónico. Lo que han hecho estos dispositivos es que nos permiten “estar” con los demás, pero de una manera camuflada, sin mostrar a los demás quiénes somos. Estamos “conectados” digitalmente con los demás, pero desconectados de la vida cotidiana, de la presencia real y directa. Conectar con nuestros hijos es vital para formar su corazón, detenernos en la vida para estar con ellos (dejando celulares y audífonos) y atrevernos a abrir el corazón y a mirar a los ojos y dialogar.
Sabemos también que el ritmo acelerado y de poco encuentro físico con el que hemos vivido, no nos permite, en muchos momentos, escuchar y saber cómo se sienten o qué están viviendo los miembros de nuestra familia: cómo están, cuáles son sus emociones o sentimientos, qué los motiva, qué les preocupa.
Tener espacios de comunicación directa, especialmente para hablar de cómo estamos y escucharnos, es una manera de formar el corazón de nuestros hijos e hijas en el valor de la honestidad y en el aprender a valorar la presencia física del otro. Hablar, escuchar, mirar a los ojos, estar atentos a lo que dicen, a sus expresiones verbales, faciales o corporales. Si empezamos por hablar nosotros… si en un ambiente de confianza papá o mamá nos abrimos para comunicar cómo nos sentimos o cómo vivimos determinado acontecimiento, o qué sentimientos experimentaron, estamos marcando la pauta de la sinceridad y la transparencia y hacemos ver la importancia y necesidad de mostrar quienes somos, sin máscaras.