La generosidad es un valor que nace en lo profundo del corazón de cada uno, y cuando surge emite “una señal que, si estamos atentos, podremos ver y escuchar. De ella surge el deseo y la motivación de dar, ayudar, compartir. Dicho de otra manera, la generosidad nace en el corazón de cada uno, pero tiende naturalmente a otra persona, es un valor que nace para ser compartido. La lógica de la generosidad es el dar, darse, donarse por el bien de otros, su máxima alegría es la alegría y bienestar del otro.
La generosidad, para ser escuchada en lo profundo del corazón, requiere una actitud poco cultivada en nuestro mundo: la interioridad, es decir la capacidad de hacer silencio interior para sentir, escuchar, darse cuenta de emociones, necesidades, deseos, motivaciones; es el saber estar en paz con uno mismo, es el espacio necesario para escuchar la voz de Dios y de nuestra conciencia. De la interioridad nace la generosidad, para amar a Dios, para amar y ayudar a los demás.
La lógica de nuestro mundo es la “exterioridad”, es decir, el estar “fuera de sí mismo”, “no estar” en contacto con uno mismo. El ambiente de la exterioridad es el ruido. Todo lo que te lleva a estar fuera de ti, lo que hace que estés lejos de tu corazón, de tu conciencia, de tu yo más profundo es el ambiente propio de la exterioridad. Es sintomático, por ejemplo, ver hoy tantas personas con audífonos o metidas en sus redes sociales, pero poco conectadas con lo que hay en su interior.
En esta lógica, mientras más lejos vivas de tu centro, mucho mejor. Es una lógica que lleva a no escucharte y, mucho menos, a escuchar al otro. Es una lógica que ahoga la empatía, la generosidad, el respeto y el interés por el bien de los demás.
¡Bendito Dios que estamos en el tiempo del adviento! Es el contexto preciso para despertar nuestra interioridad. La actitud propia de este tiempo es la vigilia, el estar atentos porque el Señor Jesús está llegando. Implica estar atentos, vigilantes, de los distintos acontecimientos que vivimos para descubrir en ellos la presencia de Jesús; requiere también detenerse, hacer silencio para escucharse, para reconocer y agradecer la vida que se manifiesta en nuestro entorno. La llamada constante, propia del adviento es: ¡Ven, Señor Jesús! Por ello debemos favorecer la interioridad, la vigilia, la atención.
Adviento nos afirma en la certeza de que Jesús viene. Y porque está viniendo seguro saldrá a tu encuentro en cualquier momento, en cualquier persona, en cualquier situación. Decía San Agustín: “Tengo miedo de que Jesús pase y no me de cuenta”. Interioridad y generosidad serán importantes, la primera para reconocer su presencia (un niño, algún familiar, alguna persona que pide nuestra ayuda…), la segunda para dejar que desde dentro surja el deseo de ayudar, estar, compartir, dar, darse.